lunes, 23 de agosto de 2010

Desarraigo (segunda versión)

El agua se encontraba calma y el cielo estaba despejado. Ella miraba a su alrededor y lo único que veía era agua pero estaba más tranquila y mirar el horizonte ya no le causaba nauseas. Aunque a veces se sentía mareada porque todo le parecía lo mismo, todo se reducía a un infinito de color azul que a lo lejos se chocaba con el cielo. Miraba hacia el este y los ojos se le llenaban de lágrimas, porque allí estaban los 14 años de su vida que no se pudo llevar consigo.
Pasaba el día entero sentada en un rincón de la proa, mirando el océano con sus piernas tapadas con una manta de su abuela. Por momentos se pasaba horas escribiendo en su diario personal y cuando levantaba la vista ya era de noche, ya había pasado un día mas.
Mas allá del shall de lana que cubría su espalda y el rodete que ataba sus cabellos la juventud la perseguía en cada pisada, en cada palabra y en cada mirada por mas melancólica que esta sea.
Todavía quedaban veinte días o más para llegar a destino, un lugar que para algunos eran las tierras prometidas y para otros una ciudad pegajosa que además olía mal:
Bonosaires, Aryentina, trataban de pronunciar los italianos que viajaban en el Oceanía y que jamás en su vida habían hablado español.
Vera compartía el camarote con su abuela y con seis mujeres más. De vez en cuando, por las noches, se escuchaba alguna rata perdida por los pasillos pero no era motivo suficiente de preocupación. Allí había tres camas marineras en un espacio muy reducido, por lo tanto intentar subirse a ellas requería de mucha destreza porque no tenían escaleras. Vera dormía arriba y a pocos centímetros había un ventiluz redondo que en las noches ventosas les impedía dormir por el ruido que hacía el viento y el frío congelado que se filtraba. Pero era impagable la vista que tenía al amanecer cuando los rayos de luz se reflejaban en el mar y el sol parecía una bola de fuego que lentamente iba escalando el cielo.
El primer viernes que pasaban en el barco se la notaba a Vera un poco preocupada. Estaba inquieta, por momentos caminaba por toda la cubierta y por otros se sentaba e intentaba escribir en su diario.
Marzo de 1938:
“Es el primer día que no quiero que se termine. Tengo miedo que nos descubran.”
Con las primeras estrellas del viernes se recluyó junto con su abuela en el camarote a respetar el Sabbat. Hasta el sábado su abuela había decidido quedarse ahí, orando. Ni siquiera saldrían para comer porque la comida que daban era, casi siempre, de origen animal.
Pero Vera no estaba concentrada y su cabeza empezaba a divagar. Miraba a su bubbee y envidiaba la tranquilidad que emanaba. Estaba muy paranoica, para ella todos sabían en el barco quienes eran y porque estaban allí. Su abuela se sentía respaldada por los certificados de bautismo que consiguieron para poder viajar y eso la ayudaba a mantener la calma.
Prontamente se cumplió una semana de viaje pero Vera sentía que estaba allí hacía meses. La nostalgia se había apoderado de ella y todo le recordaba a su pueblo, que ahora ya no era más suyo. Sentada en el mismo rincón de siempre, mirando la inmensidad, los recuerdos se iban apoderando de ella y ahora no quiere pensar. Prefiere imaginar. Imaginar que esta en un viaje para recorrer el mundo, los lugares mas hermosos, sentir nuevos olores, pero después regresar a su bella Trieste.
Una anciana pasa con un crucifijo en la mano y las imágenes otra vez vuelven. Quiere distraer la mente, tararea una canción pero ya no puede seguir reprimiendo los recuerdos, tienen que salir. Una lágrima recorre su mejilla mojando sus labios, dejándole el sabor amargo de un triste episodio. Y ahí se ve caminando hacia el colegio el primer día de clases haciendo el mismo recorrido de siempre, hasta que oye esa voz que aun le retumba en los oídos.
- Tú aquí no eres bienvenida.
El eco de esa voz la horroriza le impide seguir pensando. Luego ve el esquivo de sus amigos que la corren del medio de la entrada de la escuela y le ruegan que nunca más les dirija la palabra. Prefiere pensar que es una pesadilla pero está allí, ella es la protagonista, ella es ahora una desconocida. Y se larga a correr. Corre hasta su casa, ese recorrido, el de siempre, que ahora ya no es el mismo. Todo le resultaba desconocido ¿Cómo puede ser que no reconozca la Piazza unita? Siente que le arrancaron las raíces de un tirón ya no es la misma de antes.
Solía caminar por el barco observando al resto de la gente. Pensaba si se encontraban en la misma situación que ella. Predominaba un clima de alegría pero también de incertidumbre. Algunas señoras coquetas pasaban por la parte de abajo del barco, caminando erguidas despidiendo aroma de perfume francés al pasar, y miraban con cierto aire despectivo a las otras mujeres, que estaban sentadas en el piso tejiendo abrigos para resistir el frío de las noches. Tenían la misma edad pero se notaba en sus manos, en las grietas de las manos, la historia de vida que cada una tuvo que llevar.

-Buen día mi nombre es María.
Vera mira hacia su costado para confirmar que era a ella a quien habían hablado. Tímida y con la mirada hacia el suelo responde al saludo con la voz muy baja.
María tenia la misma edad que Vera pero la juventud le sentaba mucho mejor. No tenía vergüenza de ocultar sus curvas y las lucía vistiéndose con trajes ajustados al cuerpo.
Ella había emprendido este viaje porque sus padres la habían obligado a hacerlo. Poco le importaba conocer Argentina, hubiera preferido irse a Paris, como lo hacían todos los años, pero su padre se negó porque “la situación estaba complicada”.
Durante el día estaba con su madre y sus amigas sentadas en la galería del barco, hablando de moda y tomando el té. A María también se le hacia eterno el viaje. Las mujeres no la dejaban opinar y solo debía oír las absurdas conversaciones que duraban horas. Su padre hacia lo mismo, con la diferencia que hablaban de política y tomaban brandy.
Nadie entiende por qué pero prontamente comenzaron a conversar y a entablar cierta confianza. Nadie lo entiende porque sus mundos eran antagónicos, ellas eran diferentes.
Comenzaron a pasar más tiempo juntas; era notable la presencia de María en tercera clase, no pasaba desapercibida y causaba las miradas del resto. Miradas que la halagaban por eso le gustaba estar allí. Se sentía superior, sus palabras eran escuchadas con atención y nadie le impedía opinar.
Lo mismo le pasaba a Vera cuando entró en el mundo de su amiga. También sentía las miradas del resto pero a ella le quemaban; eran miradas acusadoras, que la hacían sentir inferior a ellos.
Pero ese lugar le fascinaba. No la gente sino el lugar. Era todo realmente magnífico, las columnas estaban todas entalladas y las escaleras eran de mármol blanco, los ventanales gigantes tenían una vista paradisíaca, había olor a lujo.
El domingo el exclusivo padre Ceferino Garibaldi auspiciaba una misa en primera. Vera asistió por insistencias de su amiga y a escondidas de su abuela. No sabia de qué se trataban los rituales cristianos pero la curiosidad y la necesidad de ser aceptada por su amiga hicieron que termine yendo.
El lugar parecía no pertenecer al plano terrenal. De las arañas de oro que colgaban del techo, de las velas del altar y las que iluminaban las imágenes de los santos y de los brillantes que adornaban la figura de la Virgen, de todos ellos, partían rayos de luz de mil colores diversos que inundaban el espacio en el que estaban.
El órgano dio sus primeras notas anunciando que empezaba la misa e inmediatamente todos los fieles se pusieron de pie para recibir al padre. Éste dijo una cantidad enorme de palabras ininteligibles y cuando culminó el coro de monjas comenzó a cantar, entonando la letra del cántico con el resto de la gente, que junto con el ensordecedor sonido del órgano hacían erizar la piel de Vera, impidiéndole hacer todo tipo de movimiento, ni siquiera el de su boca.
Luego volvieron a tomar asiento y empezaron a hacer movimientos con sus manos que en vano intentó imitar, enredándose en si misma. Tenía vértigo de estar en ese lugar. Pero nadie la había obligado a hacerlo, sino que ella misma asumió el compromiso de ir.
Al salir de misa María la miro, sonrió y le dijo:
- de no conocerte pensaría que sos rusa y estalló en una horrible carcajada.
Sentada nuevamente en su lugar en el barco estaba avergonzada de haber ocultado alguna vez su identidad. Su familia, desde muy chica, le había enseñado que era un orgullo ser judío, pero desde aquel suceso en el colegio se desmoronaron los sentimientos que tenia hacia su religión. Por culpa de sus creencias su vida había cambiado por completo y ahora estaba dando vuelta la página empezando una nueva historia.
“¿Tendría Argentina los canales que tenía Venecia? ¿Habría allí una fuente tan hermosa como la de Trevi? ¿Y un mar tan enorme como el Adriático?”
Se quedo dormida escribiendo las últimas líneas en su diario y promete no volver a hacerlo por mucho tiempo más y que el silencio no se apodere más de su voz.
Comenzó a soñar que había llegado a destino y que los argentinos no eran humanos sino seres indescriptibles de otra naturaleza, que la miraban y sin decirle nada le señalaban el río con el dedo para que regrese a su país.
-¡llegamos, llegamos!
Vera despierta en un santiamén y ve gente que se abraza, llora y al mismo tiempo sonríe. Gira su cabeza y ve a lo lejos la ciudad que se erigía de cara al río. Era cierto habían llegado a destino. ¿Seria tal como lo había soñado? Tampoco quería saberlo, se había aferrado al barco, al fin y al cabo allí eran todos compatriotas. Mira hacia el este por última vez queriendo encontrar alguna imagen olvidada de su querida Italia. Pero ya no es lo mismo, la humedad, el calor del río, no la dejan conectarse con lo que de ahora en mas era su pasado. Tal vez allí pueda construir un presente, pero no imagina su futuro en Argentina. Baja cabizbaja y al poner su primer pie en Buenos Aires levanta la mirada y se pregunta ¿podré comenzar una nueva vida aquí?

1 comentario:

  1. Aca está la segunda versión. Intente darle otra vuelta de tuerca;me focalize en abrir un poco más las descripciones y le cambie el final.
    Espero que haya quedado mejor!
    saludos gente.

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