Son las 11 de la mañana y me encuentro esperando el colectivo 146 enfrente de Correo Central. Las amenazantes nubes en el cielo me impacientan ya que el colectivo todavía no ha llegado y el viaje es muy largo. Frente al correo se encuentran las terminales de muchas líneas que van hacia todos los puntos de Buenos Aires, y mi destino es zona Oeste, mas precisamente el Hospital Posadas. Es un recorrido interesante por los contrastes que hay entre las dos terminales. Por un lado Puerto Madero, uno de los lugares más exclusivos de Bs.As por su cercanía con el centro de la ciudad y por su salida inmediata al Río de La Plata sinónimo de prosperidad del barrio porteño desde hace más de dos siglos.
Por el otro lado se encuentra en Palomar el Hospital Nacional Alejandro Posadas, uno de los más importantes, al cual asiste gente de todas las provincias y que sin embargo la situación de la infraestructura y la provisión de insumos es precaria y escasa. De blanco a negro, matizando en el recorrido algunos grises. De la modernidad y la opulencia a la negligencia y dejadez. Todo en la misma ciudad.
Luego de 20 minutos de espera, me tomo el colectivo y sentada en un lugar donde puedo tener una vista “panorámica” comienzo a observar. Miro a la gente y no encuentro mas que algunos oficinistas (o supongo que lo son, su ropa y el lugar en el que nos encontramos me obligan a deducirlo), estudiantes (esto si es muy obvio, todos tienen una mochila y algunos sacan sus libros para estudiar), y gente que no me sugiere nada. La mayoría -hasta algunos ancianos- van con los auriculares escuchando música, seguramente usándolos como una forma de aliviar el pesado viaje; la música muchas veces ayuda a uno a aislarse y relajarse, muy difícil de poder lograrlo en una ciudad tan linda y caótica al mismo tiempo.
Para dar cuenta de que estuve allí tengo que describir todo lo que veo, todo lo que esta a mí alrededor. ¿Qué veo? Gente. Gente por todos lados, caminan se chocan, algunos corren colectivos, otros hablan por celulares, taxistas que se insultan con los colectiveros, individuos que parecen multitud, pero en realidad cada uno brega por su alma. Me recuerda a una canción de Divididos del último disco:
Avanzando retroceden
si la entendés,
angelitos de carrera
no ven la pared.
Un imbécil ahí te quiere pasar.
Tú qué sabes de mí,
tú qué sabes de vos.
Por las dudas no olvides
todo viaje tiene su fin,
ecos del rock.
El recorrido sigue y el movimiento no cesa. Mucha gente sube y baja del colectivo mientras logra avanzar, dependiendo de lo que indique el semáforo.
Al subir el puente de Paternal, tengo una vista privilegiada de la ciudad: muchos edificios se erigen mires por donde mires; solo basta para bajar la vista y ver las vías del tren San Martín y las casas precarias que la rodean. Es cuestión de dirigir la mirada y ver como en un mismo lugar hay tal contradicción.
Luego sube un vendedor de alfajores, que termina teniendo una excelente venta por el carisma con que da su discurso. Recuerdo que hace un tiempo atrás, también subió este mismo hombre, esta vez ofreciendo CDs de Marco Antonio Solís y también logro una muy buena venta. Me pregunto que vende más, si el carisma con que ofrece lo que vende, o el producto en sí. Supongo que la respuesta esta en la primera opción ya que todo discurso “marketinero” siempre tiene mayor aceptación.
A medida que nos vamos acercando a la Av. General Paz se van disipando los edificios tomando mayor protagonismo casas bajas. Muchos chicos que salen del colegio suben al colectivo y el ruido aumenta, sumado a la música en altavoz de algún que otro celular.Al cruzar la Gral. Paz el cambio es notorio. Las calles están en su mayoría rotas y los pozos nos hacen saltar del asiento. En el barrio Ejército de los Andes (conocido como Fuerte Apache) bajan un montón de personas, ya que este es uno de los pocos colectivos que van hacia el centro y al regreso los dejan en Ciudadela. Vuelvo a mirar alrededor: esta vez veo algunas calles de tierra, monobloques que se conectan entre si por medio de escaleras, ropa colgada en la calle, chicos que juegan en la placita del barrio. Aquí todos se conocen con todos, ya no se chocan sin saber quien es el otro, sino que se saludan ya que todos son vecinos.
Falta poco más de 15 minutos. En la calle M.T de Alvear esta el hospital Posadas y es allí donde termina el recorrido. El edificio viejo e imponente del hospital que se ve desde mi terraza, me recuerda que ahora tengo que caminar unas 15 cuadras para volver a casa.
En los escritos de los antropólogos el otro está bien diferenciado, se nota que pertenecen a culturas diferentes. En mi escrito no logro encontrar esa gran diferencia. Si pertenecemos a la misma ciudad, entonces ¿Qué tan otro es el otro?
(Sigo intentando. Espero que esta vez logre acercarse un poco mas al objetivo de la etnografía. Sigue sin título, ya se me va a prender la lamparita! )